Cultura

Guatemala: magia y color de Miguel Ángel Asturias

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Un breve análisis sobre la extensa literatura que heredó a Guatemala y al mundo muestra que la obra de Asturias está marcada por la magia y mitología indígenas que bebió en su tierra.

Guatemala rememora hoy el aniversario 50 de la concesión del Premio Nobel de Literatura a Miguel Ángel Asturias, quien a pesar de vivir mucho tiempo fuera de su país natal, lo tuvo siempre presente en su corazón y obra creadora.

Por simple coincidencia de fechas, la noticia le sorprendía el mismo día de su cumpleaños, por lo que hoy tendría 118 años de edad.

La Academia sueca reconocía entonces más de 30 años de consagración del insigne poeta, narrador, periodista y diplomático, considerado precursor del realismo mágico y exponente máximo de la cosmovisión maya.

Un breve análisis sobre la extensa literatura que heredó a Guatemala y al mundo muestra que la obra de Asturias está marcada por la magia y mitología indígenas que bebió en su tierra.

El exilio lo llevó indistintamente por Argentina, Chile y Francia, donde permaneció más tiempo, incluso como diplomático. Escribió de sus andares, de lo que vio y sintió.

Para comprender su obra -alertan los estudiosos- se debe tener en cuenta el profundo influjo que ejercieron en él tanto la cultura maya como la vida europea. Lo maya se arraiga en la cosmovisión de un mundo asentado en un profundo y auténtico pensamiento mágico que atrapa en sus relatos.

Por otro lado, no escapa al influjo del surrealismo, en el que mezcla la realidad con un poco de fantasía.

‘El cerro de los sordos cortaba los nubarrones que pronto quemaría la tempestad como si fuera polvo de olote’, anuncia en uno de los fragmentos de su novela Hombres de maíz, y de inmediato se siente el influjo de su magia y poética, la riqueza de la oralidad y lo prehispánico.

Y si bien abunda el reino de la magia y la mitología indígenas, también le acompaña una fuerte y tenaz protesta social.

Un cuento al que llamó Los mendigos políticos narra los horrores que vivían los guatemaltecos bajo el régimen de Manuel Estrada Cabrera. Más tarde lo alargaría para dar paso a una de sus novelas cumbre, El señor Presidente, un aterrador estudio de un dictador latinoamericano escrito en 1946.

En el libro nunca se menciona a Guatemala, pero, sin duda alguna, se refiere a ella y al pánico que experimentó como muchos otros pueblos latinoamericanos.

Le seguirían la trilogía épica conformada por las novelas Viento Fuerte, El papa verde y Los ojos de los enterrados, en el que se sumerge en la injerencia de la United Fruit Company en su país y, por extensión, en toda Latinoamérica.

Un día después de conocer que conquistó el Nobel respondió a curiosos periodistas que lo abordaron:

‘Lo importante es que la gran recompensa del premio Nobel haya sido otorgada a un escritor de un país muy pequeño; es más significativo que si lo hubiesen dado a uno de un país con un arsenal de bombas atómicas. Lo que también es importante es que el premio fue dado a un escritor que representa a la literatura comprometida, no a la literatura gratuita’.

Asturias fue un hombre que escuchaba la voz del paisaje brumoso de su querida Guatemala, de las pequeñas olas de sus misteriosos lagos y de su gente milenaria que esconde antiguas verdades en sus bailes y detrás de sus máscaras.

Por eso, se le considera su Gran Lengua, su vocero.

Fuente: Prensa Latina