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Una revolución pendiente

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Por Claudio A. Caamaño Vélez

Es la 1:35 p.m. del sábado 24 de abril de 1965, el capitán Mario Peña Taveras, acompañado de otros soldados, irrumpe en el despacho del jefe de Estado Mayor del Ejército, general Marcos Aníbal Rivera Cuesta, se acerca al escritorio, le pega el cañón de su ametralladora en el pecho y le dice: “¡General, usted está preso, entregue su arma!”.

El general sorprendido, contesta: “¡Peña Taveras! ¿Te has vuelto loco?”. Respondiendo de inmediato: “¡General, no me he vuelto loco, ustedes están vivos porque se han comportado como lo que son, como unos cobardes, debíamos fusilarlos por el apoyo que han brindado al gobierno ilegal, corrupto, ladrón y depravado del Triunvirato!”.

El 25 de septiembre de 1963 le dieron un golpe de Estado al gobierno más democrático que habíamos conocido; ese día nadie tiró una sola piedra o quemó una goma, no hubo disparos. Se instaló un gobierno ilegal y corrupto, y la vida siguió en una increíble tranquilidad… Hasta un día, como todo en la vida.

Aquel sábado soleado de primavera, la gente hacía su rutina, caminaban en el parque, jugaban pelota, etc. Las cosas “están bien” hasta el segundo mismo en que dejan de estarlo. La ira acumulada por años se desató en un instante, ese pueblo que se había portado como un manso corderito, se transformó en una fiera indomable, y bajó de un jalón a ese gobierno que tan alto se había encaramado.

Esa revolución no tenía como objetivo tal o cual ideología, o establecer un determinado modelo económico. Buscaba algo muy simple: el respeto a la Constitución y las leyes.

A 53 años, sigue pendiente el objetivo que la motivó. Hoy vemos como la Constitución es moldeada al antojo del poder, y como las leyes no son respetadas ni siquiera por los encargados de hacerlas cumplir.

Las botas invasoras truncaron la lucha del pueblo, pero una enseñanza nos quedó: el pueblo cuando se une es invencible. ¡Unidad! Esa fue la consigna de Francisco Alberto Caamaño Deñó, y esa debe ser nuestra consigna de hoy también. Espero de todo corazón que los métodos sean otros, y que el precio que tengamos que pagar no sea tan alto.

Por un país donde se cumplan las leyes ¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad!